Hoy salí a enfrentar el mundo. Vi cosas que no había visto antes, la existencia no me parecía tan terrible. Tuve suerte, era un día hermoso, corría una brisa que causaba sosiego. A lo lejos se escuchaba el griterío de los niños jugando. El parque tenía un verde intenso, un verde que evocaba mi niñez en el campo, con mi abuela, cuándo no tenía ninguna preocupación. No pasaban muchos autos, y los pocos que pasaban contribuían a la orquesta, con un ruido tenue, como el mar golpeando rocas a lo lejos. En días como estos dan ganas de ser alguien decente, de buscar un empleo digno. Buscar alguien que me comprenda. Mirarla, estando seguro de que no es la mujer más hermosa del mundo, pero sabiendo que me ama, eso haría todo más fácil. Me dan ganas de tomar un libro y acostarme en el pasto, acariciando su cabello mientras en silencio nos decimos un par de verdades con los ojos.
Entonces alguien más alto que yo me chocó. Me dijo algo como “apártate imbécil”. El parque quedó muy lejos, solo caminé un par de metros más. Mi local habitual tiene una reja que nunca quitan. Me pusieron todo en una bolsa negra. Y entonces volví al motel, a la habitación 407. Seguía oscura como siempre, y yo seguía solo como siempre. Cerré la puerta, le puse llave, y me senté solo, en la penumbra, a beber vino hasta no recordar mi nombre.
diciembre 27, 2010
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